sábado, 8 de enero de 2011

El agujero

Desprovista ya de camisón, mostró la mujer su secreto al impaciente y flamante esposo: un increible y sensual sujetador color nude a juego con el culotte, medias finísimas con liguero, también en nude, y encajes, muchos encajes, que aparecían, también, en las coquetas y recién estrenadas zapatillas de seda.



Lo último: lencería retro.

Su pelo, largo y ondulado, rubio como el oro y suave como la seda, casi le tapaba el rostro, aquel rostro de dama inocente, bello, joven, cuidado y angelical.

Las velas, blancas y encendidas, proporcionaban a la estancia un ambiente entre tenue y atrayente, acogedor y romántico... perfecto para el amor.

La mujer se introdujo en la cama y se tapó hasta el cuello con la impoluta sábana, preparada para ella desde siempre, y a la que habían abierto, a una altura estratégica, un coqueto agujero en forma de corazón.

El recién estrenado esposo apagó las velas.

Ocurrió en alguna de esas noches de avanzados los años 20 del siglo pasado.

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